Como adultos, recordar nuestra infancia y conectar con nuestr@ niñ@ interior puede ser una experiencia que nos lleve por un camino de alegría y añoranza o miedo y paralización. Es momento de tomar la energía de alegría y ligereza de nuestra infancia para no volver a ella con añoranza. Es momento de ser el/la adult@ que nuestr@ niñ@ interior necesita para vencer sus miedos.
“Visualizo a mi niña, con mis chinos, la sonrisa un poco de lado, los pies descalzos y descubro un abanico de emociones, sensaciones, eventos, cualidades, habilidades; mi cuerpo saludable, vital, mi mente ávida, curiosa, aprendiendo todo del mundo, siempre con ganas de ir un poco más allá; Están los juegos, mis amigas, canciones, bailes, mi casa, mi familia, mi prima amada. ¡Wow, hay tantas expresiones de vida en mi infancia!
Esa niña es a la que quiero recordar y, sin embargo, verla a veces me entristece; parece que ella y yo no fuéramos la misma, en algunas cosas no me reconozco. La facilidad y poder para vivir con entusiasmo aprovechando cada pedacito de energía que tuve entonces, ya no me acompaña tan seguido. Las ganas de tomar cada pequeña cosa para hacerla por mi cuenta y sentirme orgullosa de haberlo logrado, se quedaron pasmadas porque hay temores y dudas que crecieron dentro de mí que no sé ni de dónde me salieron, pero sus raíces me anclan a un lugar en el que mi corazón se encoge y no hay más espacio para la alegría. A mi cuerpo lo abandona la vitalidad y va instalándose una complacencia a quedarme rondando los lugares conocidos, que se siente como millones de grillos encerrados queriendo salir.
Parece que entre mi niña y yo hay un abismo, y tengo tantas ganas de recuperarla, de volver a ver la vida a través de esos ojos despiertos y atentos a todo lo que sucede. Y también tengo ganas de olvidarla. Y es que entre todos los recuerdos también hay algo que duele, algo que no está muy claro, pero que no quiero mirar.
Entonces recuerdo que de niña tenía tanto miedo de lo que pudiera haber dentro del clóset, abajo de la cama y en los rincones oscuros. El miedo se instaló en largas noches en las que estuve en vigilia hasta caer rendida. Las mañanas se volvieron difíciles y para la tarde los ojos ya se me cerraban. Toda mi vida se puso de cabeza.
Un día entró mi papá y prendió la luz, abrió el clóset y revisó debajo de la cama. Dejó la luz del pasillo prendida durante varias noches. Entonces pude volver a dormir tranquila y mi vida volvió.
Quizá no sea tan difícil abrir las puertas a mi infancia; quizá hoy sea yo ese adulto que al fin prenda la luz para poder regresar a mi maravillosa vida”.
Paola Fitch Lazo
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