Yo fui resultado del aprendizaje de vida de mi madre; lo mismo han sido mis hijos, mis maestros de vida, yo he sido su guía con lo que he podido ofrecerles.
¿Por qué es tan fuerte este vínculo?
Porque a través de la madre se conecta la vida y se experimenta el amor. Este vínculo inicia con la decisión, a veces consciente o no, de dar vida, sin saber realmente lo que significa en el día a día y en el transcurrir de los años. Cuando una mujer se convierte en madre hay una renuncia a un espacio de una misma. Es la madre quien enseña de manera grata o dolorosa este camino, son los hijos quienes recuerdan a la madre el regreso al camino del amor.
El crecimiento de todo ser humano requiere autonomía y para ello, se preciso soltar a la madre, de lo contrario, el conflicto se ancla cuando la madre no suelta o cuando el hijx siente que no está todavía completx para ser soltadx. El niñ@ interno quiere estar en lugar seguro, el adult@ requiere probarse a sí mismo y crear su propia seguridad.
Si has vivido la experiencia de ser madre, seguro sabrás lo que significa este reto en el día a día, que bien dice Bert Hellinger, creador de las Constelaciones familiares, “si en los peores momentos tuviste la fuerza para levantarte y hacer el desayuno, es que existe en ti aún la conexión con la vida, aunque a veces se haya debilitado, siempre regresar a tu madre te conectará con la fuerza de la vida, con el momento del nacimiento, donde la vida se hizo presente”.
Retomo las enseñanzas del maestro Hellinger que nos propone tomar a la madre tal cual es: “Una de las grandes dificultades que enfrentamos es que nuestras expectativas respecto a nuestra madre van mucho más allá de lo que una mujer común puede dar. A menudo, ella, nuestra madre, tenía que ser mejor que Dios. ¡Ay de ella! Si no es como Dios, entonces le hacemos reproches. ¿Qué puede hacer ella entonces? Es una gran injusticia la que le hacemos. Nos invita a repetir: “Querida mamá, aún tengo que decirte algo importante. Te libero de todas mis expectativas. Que vayan todas más allá de lo que se pueda exigir a una mujer común. Nadie ha hecho más por mí que tú. Es mucho. Más de lo que fue necesario. Así te amo, totalmente común, como eres, querida mamá”.
Termino agradeciendo a mi madre que ha sido mi gran maestra del amor visible e invisible, por darme la vida junto con mi padre y por enseñarme que en lo común está lo realmente valioso. ¡Gracias!
Ana Ramírez, mujer, hija, esposa, madre de tres hijos y de otros que no nacieron y hoy los pongo en mi corazón.
Directora del Centro de Vinculación Koyouali
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